La literatura es abundante en materia de Democracia. Más, cuando
aquella ha dejado de ser simplemente un concepto, traspasando las lógicas recientes
de un proceso, para consolidarse hoy como un valor fundamental de la
convivencia humana. Las discusiones en calles, hogares y aulas universitarias,
por lo general, se basan en las debilidades y vicios de la Democracia Representativa
y cómo aquella debería encaminarse hacia una Democracia más directa.
De
este enfrentamiento van a surgir dos teorías normativas. Una, la Teoría
Participativa de la Democracia o la del Súper Ciudadano y, la otra, la Teoría
Elitista de la Democracia. La primera de ellas, entiende que la participación
directa de los ciudadanos en la toma de decisiones públicas, su implicación
máxima en la construcción de leyes y políticas públicas, es un elemento básico
de la democracia. Generando, por una parte, mejores ciudadanos que faciliten la
gestión de los conflictos sociales y, por la otra, mejorando la labor de los
gobiernos cuyas políticas responderían a las reales necesidades de la
ciudadanía. En cambio, la Teoría Elitista de la Democracia se sustenta en la
elección ciudadana de representantes, quienes como delegados tendrán la
capacidad de decidir por ella, en materia de leyes y políticas, por un plazo
determinado. Aquí se desconfía de la participación directa de la ciudadanía
bajo el entendimiento que la política debe estar en manos de profesionales. Las
explicaciones derivadas de ambos planteamientos teóricos sobre un mismo hecho
político no son menores. Así por ejemplo ante un proceso eleccionario con alta
abstención, los defensores de la Teoría Participativa responderán con que
aquello es expresión de insatisfacción ante la labor de los detentadores del
poder político. Mientras, que los de la Teoría Elitista dirán que aquello
revela conformidad de los ciudadanos y permitiéndoles dedicarse a otras
actividades consideradas más importantes que votar.
Si
bien ambas propuestas teóricas son objeto de profundas críticas, el elemento
participación, ya limitado, ya en su máxima expresión, directa o
indirectamente, siempre está presente. Los filósofos griegos en su búsqueda de
la verdad mediante la razón no se divorciaron totalmente del mito cuando
pretendieron entregar algunos de sus pensamientos. Permítanme compartirles,
para vuestra personal reflexión o social discusión, la explicación que el
Diálogo de Platón “Protágoras” nos entrega respecto de la participación
política, fundamentada en la justicia y sentido moral que todos poseemos, y su
trascendencia para la construcción del Estado.
“Zeus, entonces, temió que sucumbiera
toda nuestra raza, y envío a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral
y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de
amistad. Le preguntó, entonces, Hermes a Zeus de qué modo daría el sentido
moral y la justicia a los hombres: «¿Las reparto como están repartidos los
conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para
muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la
justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos, o los reparto a
todos?» «A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría
ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros
conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar
del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad.»” (322a,
b, c, d).
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