viernes, 14 de junio de 2013

Poder, partidos políticos y orfandad de sus militantes




La enseñanza del Derecho Político en Chile se sustenta en tres pilares fundamentales. La Teoría del Estado, donde nos abocamos al estudio de su origen, evolución, concepto, elementos y formas, esto último, en cuánto a estructura del poder. La Teoría del Gobierno, involucrándonos, esencialmente, en su concepto y formas, es decir, en cuanto al ejercicio del poder. Y, la Teoría de las Fuerzas Políticas, entendida ésta, siguiendo a Lucas Verdú, como el estudio de toda formación social que intenta, según una interpretación ideológica, establecer, mantener o transformar el orden jurídico fundamental respecto a la organización y ejercicio del poder. Tres pilares estos, los del Derecho Político que, en definitiva, nos permitirán visualizar con mayor propiedad como se estructura, ejercita y controla el poder del Estado.


En esta dinámica del poder el rol de los partidos políticos, como fuerzas políticas colectivas organizadas, asoma como trascendental. Pues, no sólo están llamados a ser formadores de opinión pública sino que, asimismo, intermediarios privilegiados de las demandas, intereses y necesidades ciudadanas para ante los detentadores del poder del Estado, mediadores de los conflictos existentes en el seno de la sociedad y, principales controladores de la acción gubernamental. Pero por sobre todo, les corresponde asumir como órganos legitimadores y estabilizadores del sistema político.

Quizá alguno de los que me han leído o escuchado en otras oportunidades tengan la impresión que rechazo la existencia de los partidos políticos. Ello no es así. Lo que he manifestado es que ese divorcio existente hoy en la sociedad chilena, esa falta de diálogo republicano que ha abierto peligrosamente las puertas del odio y la violencia tiene su fuente no sólo en los groseros desprecios de los agentes temporales del poder a las demandas ciudadanas sino que también en quienes tienen la responsabilidad de dirección y gestión de los partidos políticos. Entiéndase bien, de todos los partidos políticos de este país. Pues a aquel divorcio social, éstos han colaborado particularmente, por el cada vez más sin retorno divorcio entre cúpulas partidistas y bases militantes. Así, en las disputas por la cúpula primarán las lógicas de juegos de suma cero, en el que gana lo gana todo y el que pierde lo pierde todo, quedando las bases absolutamente descolgadas y huérfanas de la gestión de los vencedores. Cúpulas que en la cima del poder partidista y junto a su séquito de protegidos y privilegiados se abocarán preeminentemente y con desespero al éxito de la obtención y mantenimiento de cargos públicos. No es nada desconocido en nuestra reciente historia, capítulos que expresan el no descansar en el intento por eternizar sus mandatos, tanto por vías permitidas como viciadas, rompiendo toda ética republicana. Por eso es que no me puede dejar de ser indiferente y sorprenderme la lealtad partidaria de los viejos radicales, democratacristianos y militantes de la tradicional derecha chilena. Hay en ahí un dejo de profundo romanticismo, remembranza de los tiempos en que la calle, los clubes y los partidos eran ellos. Lo que no puedo dejar de observar sin cierta pena, porque parecen no apreciar el extravío político de sus amados partidos. Viejos soñadores militantes que no pierden oportunidad para comunicar sus sueños, ideales y logros partidistas de un exitoso pasado ya olvidado, a través de un discurso cuasi mesiánico, a hijos, nietos, novias, novios y cuanto amigo de aquellos que de vez en cuando transitan por sus hogares. Para quienes ese discurso se les aparece como irreal, lejano y extraño respecto a lo que de forma crítica observan en su entorno. Pues están totalmente convencidos que, toda institución que pretenda tutelar su comportamiento ciudadano y no represente sus ideales adolece de absoluta legitimidad y respeto. Lo que nos genera, mis estimados, innumerables cuestionamientos. ¿Seguirán los viejos militantes asistiendo a asambleas comunales y provinciales a escuchar la voz intermediaria del delfín oportunista del representante parlamentario? ¿Seguirán considerando que su mayor aporte a la vida partidaria consiste en aplaudir el discurso despótico proveniente de la cúpula a través de esos representantes? ¿Seguirán aceptando que sus aportes de base democrática se desconozcan en la cúpula elitista? ¿Acaso no ha llegado la hora de que la indignación de los militantes más jóvenes sobre la conducción y gestión partidaria seduzca a los viejos y genere incentivo selectivo para desenmascarar las actitudes patronezcas que caracterizan la relación cúpula-base?
Es este el momento para que los militantes indignados escapen al estigma de ser un engranaje más de un oculto clientelismo político cada vez más perverso al interior de los partidos. Sin duda, por el bien de Chile y del sentido, rol y función a que están llamados constitucional y legalmente los partidos políticos, se hace necesario seguir la senda de aquel imperativo ciudadano en que viejos y nuevos militantes integren su historia, sueños en temas de Estado y, reclamen con fuerza y vigor un proceso de democratización interna de la vida partidaria, obviando el destino trágico de la decadencia política.

No hay comentarios:

Publicar un comentario