Plantearé una rápida adivinanza. ¿Qué tienen en común hoy Michelle
Bachelet y Pablo Longueira? Déjeme adivinar su respuesta: ambos son
precandidatos presidenciales. Ahora, en seguida y, sin esperar solicitud, usted
se esforzará intelectualmente para adelantarse y sorprenderme, contestando que
ambos han sido en menos de 24 horas de diferencia insultados y agredidos
públicamente. Siendo grotescamente escupida en Arica, la una y, convertido en
Talcahuano, en punto de recepción de huevos, el otro. Finalmente, ante mi
mirada impaciente se apurará a concluir que, ante la afrenta ciudadana sufrida,
Bachelet recibió, de entre otros, la solidaridad de Longueira,
correspondiéndole al día siguiente la solidarizada con la suya. La solidaridad
del solidarizado.
Ahora bien, le lanzo otra rápida adivinanza: ¿Qué tienen en común Claudio Orrego, José Antonio Gómez, Andrés Velasco, Marco Enríquez-Ominami y Andrés Allamand? Todos ellos son, igualmente, precandidatos presidenciales. Correcto. Y… ninguno de ellos va a ganar (Esto último, aporte de mi amigo C. Cousiño). Y se permitirá concluir que no han sido atacados, en campaña, por ciudadanos enfurecidos de insatisfacción. Dejando para el final y entre dientes un irónico “… aún”. Ese tímido e irónico “aún” se nos presenta como fundamental para la comprensión del proceso político-social en el cual estamos inmersos.
No se pretenda encontrar en estas líneas reflexivas una defensa de
aquellas cuestionables expresiones ciudadanas, pues en su base, sin duda que reina
la violencia. Porque entiéndase bien, la violencia mis estimados no tiene
cabida en el contexto político, pues sólo la libre discusión entre los iguales
puede dar origen a la política. Y yo estoy por la generación de espacios de
libertad para el igualitario y libre debate ciudadano. Esa es mi lucha. Espacio
en que la violencia no tiene posibilidad alguna de existir.
(Por favor lea,
en este mismo blog, lo brevemente escrito sobre el concepto de política y
libertad en Hannah Arendt).
La clase política instalada en el Estado y en las cúpulas
partidistas ya no pueden ir en contra de una ciudadanía cada vez más
tecnologizada y empoderada de los derechos que la constituyen como núcleo de
poder supremo y soberano. Ya no le quedan argumentos ni espejismos discursivos
para silenciar a los indignados enfurecidos que cada día son más, atreviéndose
a abandonar sus hogares, trabajos, liceos y universidades para expresar
directamente desde sus calles su descontento. ¿Dónde está la tragedia griega?
Frente a sus ojos. Pues, mientras todo llama a la trasparencia política,
adopción de mayores procesos democráticos, en busca de legitimidad e
integración ciudadana, los partidos políticos se esfuerzan como si en ello se
les fuera la vida en hacer lo absolutamente contrario. He ahí la UDI y la
designación a dedo de sus candidatos a Senador por Los lagos y por Los Ríos, el
Partido Socialista y su intento por resolver a puertas cerradas el cupo senatorial
para uno de sus ex presidentes, la imposición de Felipe Harboe por parte del
PPD como candidato a Senador por la Octava Región Cordillera o la negociación del
Partido Comunista con la Concertación para que la ex dirigente estudiantil
Camila Vallejos no compita en primarias y sea candidata blindada a diputado en
el distrito de la Florida. Por su parte, lo que aporta a este divorcio el
Estado, a través de sus agentes temporales, no tiene desperdicio. Así y, sólo a
modo de ejemplificación y, aunque ya parezca del pasado, he ahí la destitución
del Ministro de Educación Harald Beyer por su patente ineficiencia en el cargo
y eso, por más que se le haya querido, de manera muy cuestionable catalogar, a
modo de defensa, como el mayor de los expertos en la materia. Por otra parte, la
insólita e inexplicable decisión del Director del Servicio de Impuestos
Internos en la denominado “Perdonazo a Jhonson´s”, la ineficiencia
fiscalizadora sobre las empresas del retail en protección de los consumidores, el
actual y denigrante caso de los “Falsos Exonerados” o las cada vez menos
eficientes y eficaces políticas en materia de seguridad ciudadana. Actuar que sólo hace más patente el abandono
por parte del Estado de los barrios y pueblos, que se han convertido o se
convierten a pasos agigantados en “sin Ley”, bajo el sórdido amparo del código
criminal del narcotráfico y la solapada pero creciente corrupción de nuestras
fuerzas de protección ciudadanas.
Me queda una última adivinanza por plantearle, ¿en que se parecen
Bachelet, Longueira, Allamand, Enríquez-Ominami, Velasco, Orrego y Gómez? En
que todos ellos son o han sido
agentes-engranaje del actual sistema político constitucional. Ciudadanos
contaminados, absorbidos y encarcelados por la vorágine sin fin que genera la
estrecha vinculación entre sistema político y sistema electoral y viceversa.
Los hechos aquí expresados obligan un urgente cambio
institucional, pero ello significa que ante cualquier reforma se deba previamente
deliberar entre todos los libres de la República sobre qué idea de democracia deseamos
se concrete institucionalmente para la conducción del Chile de hoy y constituya
base para el de mañana. Para ello, Chile requiere de un gran Pacto de Estado,
que incluya no sólo a los Partidos Políticos y detentadores del poder político,
en todos sus expresiones, sino que a todas las fuerzas políticas ciudadanas, ya
individuales como colectivas que están excluidas, por las más diversas razones
de un debate público amplio, libre y deliberativo. Pero la propuesta de este
gran Pacto de Estado requiere como presupuesto básico el reconocimiento del
divorcio descrito. Pues ha llegado el momento de asumir con responsabilidad
republicana el actual y complejo proceso socio-político en su más amplia
connotación, antes que nos arrepintamos por haber permitido que el mínimo
entendimiento aún existente haya cedido el lugar al irremediable caos. En
definitiva, culpables de haber permitido que los espacios de libertad hayan
sido conquistados por la implacable violencia.
Interesante forma de abordar el problema. Efectivamente no hay justificación para las agresiones, sin embargo son una manifestación clara que la gente está cansada y, pese a sus esfuerzos, todo sigue exactamente igual. Nadie pide trabajar menos y ganar mas, sino que trabajar y ganar lo justo, lo digno y que no se diga que se "da" trabajo, ya que el "patrón" no regala nada, sino que obtiene el esfuerzo de alguién para su propio beneficio.
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