(Artículo publicado en Diario Austral de
Osorno, 11 de octubre de 2009) http://portada.diariosregionales.cl/prontus_blogs/site/artic/20091011/pags/20091011144817.html
(Escrito
luego del debate presidencial de 23 de septiembre de 2009 en TVN entre los
precandidatos Marco Enríquez-Ominami, Sebastián Piñera, Jorge Arrate y Eduardo
Frei)
¿Qué aportó el debate presidencial? Más allá de
dos de los candidatos luchando entre ellos, dominados por el nerviosismo por
generar algo de credibilidad, frente a los otros, uno híper ventilado como para
entenderle a momentos y, el último, una sorpresa para el típico orador de
izquierda, existe coincidencia en que no hubo modificación en la intención del
voto. Lo que sí ha cambiado en las aulas, plazas, café y hogares, es aquella
apatía que desde hace meses invade a una gran mayoría de nuestra ciudadanía. Ha
despertado el interés por la próxima elección, generándose un nuevo incentivo
para votar. Y permítanme destacarlo. Porque participar políticamente, no es
otra cosa que, la influencia que de una u otra forma ejercemos a diario en la
toma de decisiones políticas, la selección de los detentadores del poder y, la
conservación o cambio del sistema de intereses y valores que entendemos deben
primar en una sociedad. Y para estos fines, el voto, como instrumento de
participación política por excelencia, es fundamental.
Así, en una sociedad democrática, pretendida culta y en vías de desarrollo, el acto de votar, debería ser asumido con profundidad reflexiva y no como el simple ejercicio de un derecho ciudadano. Pensar sobre el tipo de votante que somos puede ser un primer paso en esta tarea. Ante el acto de votar nos encontraremos siempre ante dos tipos de votantes. Uno fiel, siempre cercano a partidos o tendencias políticas en actitud sumisa respecto de éstos y, uno irregular, que vota o se abstiene modificando sus preferencias según las circunstancias de cada elección, un votante controlador. Asumir este reto, sólo es en beneficio de la trascendencia del voto. Pues, aunque éste es un acto esencialmente individual produce serias repercusiones colectivas.
El voto debe traspasar intereses personales y
livianas fidelidades políticas, desterrando pretextos o actitudes de
irresponsabilidad ciudadana disfrazadas a diario con las limitadas, ofensivas y
vulgares frases: “no estoy ni ahí”, “es lo que hay”, o “por eso el país está
como está”. El voto, ante cualquier proceso eleccionario, significará siempre
un castigo o un premio para todos los que buscan, nuevamente o por vez primera,
ocupar cargos de poder, asumir la delegación de nuestros intereses y demandas
para su concreción, y defender o no la legitimación de la forma de organización
política en la cual estamos insertos.
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