Los ciudadanos de hoy tienen muchas más oportunidades de
participar políticamente que en el pasado, eso sí, haciendo la salvedad de la
época griega de la ciudades-estados. Nos recuerda George Sabine que en Grecia “...La rotación en los cargos públicos, la
designación de los magistrados, por sorteo y la ampliación de los cuerpos
gobernantes hasta el extremo de hacer difícil su funcionamiento, eran
instituciones destinadas a dar participación en el gobierno a más
ciudadanos...”. “...cada año un ciudadano de cada seis podía tener alguna
participación en el gobierno civil, aunque esa participación no fuese más allá
de actuar como jurado. Y aunque no desempeñase ningún cargo, podía tomar parte,
regularmente, diez veces al año, en la discusión de problemas políticos en la
asamblea general de los ciudadanos. La discusión, con arreglo o no a
formalidades jurídicas, de los asuntos públicos, era uno de los principales
deleites e intereses de su vida...”.
En la actualidad las expresiones de participación política se
han multiplicado. Sin duda que el desarrollo tecnológico y la influencia de las
redes sociales han aportado significativamente a ello. Logrando el surgimiento
de múltiples grupos, movimientos, organizaciones e instituciones, que vienen a
presentar nuevas oportunidades e instancias para participar, a la vez, que han
permitido ingresar a este proceso, a innumerables individuos que veían lejanas
o, tal vez imposibles, la exposición de sus particulares demandas, necesidades
e intereses ante quienes de una u otra forma detentan el poder político. El
Chile de mediados del 2000 es todo un ejemplo de ello. El movimiento
estudiantil secundario, universitario, el mundo del trabajo, los movimientos ambientalistas
y, un sinfín de grupos representantes de parte de poblaciones olvidadas por
décadas, así lo testimonian. Sin embargo, el desarrollo tecnológico y las redes
sociales no sólo han tenido incidencia en el aumento exponencial de la cantidad
de participantes en el proceso político sino que en la calidad del mismo. Hoy
los miembros de una determinada comunidad que deciden abandonar sus hogares
para reclamar desde las calles, lo hacen en un estado de total empoderamiento.
Derivado aquello, esencialmente, de la lucha por ostentar una información
adecuada, transparente y oportuna. Pues, una simetría en la información, no
sólo revela equilibrio de poder e influencia entre gobernantes y gobernados
sino que se aparece como fundamental para una consolidación democrática.
Todo
lo anteriormente señalado, debiera necesariamente conducir a un círculo
virtuoso. Así, la generación de ciudadanos comprometidos con su comunidad,
ciudad o país, informados debidamente de sus problemas, que han reflexionado y
racionalizado las probables soluciones que manifiestan a los que ostentan el
poder, obligan a éstos a establecer estrategias y alertas tempranas en la línea
de adecuar sus políticas a las necesidades reales de la población.
De ahí que para que una sociedad se encamine a la
consolidación democrática ponga especial acento, además de la transferencia
oportuna y plena de la información, en la posterior discusión reflexiva de sus
integrantes. Será entonces esa discusión previa, abierta y ajena a toda
coacción, la que dotará de legitimidad al acuerdo alcanzado. Pues aquella
discusión, según plantea Anthony Giddens, encontrará su fuerza en la difusión
de la capacidad social de reflexión, no teniendo como fin último el alcance de
consensos, sino que permitiendo a través del diálogo en un espacio público, un
medio de vivir junto al otro en una relación de tolerancia mutua. Así, las
discusiones, consensos y disensos son el camino hacia una democracia más real,
abierta y posible para todos. Ya Hannah Arendt identificaba a la Tolerancia
como el motor de la democracia Grecia. Pues la tolerancia, que ella resumía en
la idea de “ver el mundo a través de los
ojos del otro”, era lo que hacía posible la libertad de expresión,
convirtiéndose esta última en el principio rector de toda discusión política
griega. En definitiva será ese mágico encuentro de la palabra con la palabra la
que habrá que alentar y amparar para la generación de nuevas gentes con cultura
democrática. Fue Aristóteles quien definió al hombre como un ser dotado de
palabra, permitiéndonos concluir que la palabra es un elemento esencial de la
condición humana.
Aun cuando los aportes del desarrollo tecnológico son
innegables también existen daños silenciosos derivados del mismo. El Internet y
las cada vez más redes sociales son un ejemplo de ello. Su utilización hoy es
universal, nos permiten estar al tanto del mundo y, aunque con dificultad, su
masificación ha permitido unir a diferentes generaciones. Sin embargo, lo que
parece asegurar permanentes diálogos o conversaciones, no es tal. Pues, el
conversar es un arte, consistente en que una persona formula bien una idea que
dirige a otro, quien pone a disposición la mejor de sus cualidades para
escucharla. De aquella manera, para que la conversación tenga calidad debe
haber presencia total. Saber quién es el otro, qué me intenta decir. No cabe
duda, que las tecnologías facilitan a todos la comunicación, lo importante es
discernir sobre la trascendencia o intrascendencia del mensaje. Somos testigos
hoy de procesos comunicativos donde la gente, sin duda que habla, pero no
escucha. Y esto no es menor, pues aunque
mínimamente, sí es un daño a la democracia. Pues la intolerancia parece estar
haciéndose un lugar cada vez mayor en las redes sociales. Así, es válido
preguntarse en este mundo absorbido por las redes sociales, Facebook, twitter,
etc., si cuando escuchamos, ¿realmente escuchamos? Es que el escuchar es todo un acto de
generosidad, en el cual pongo mi tiempo para entender lo que alguien quiere
decirme. Hoy en este particular proceso comunicativo existe una competencia por
contar cosas, más no para escucharlas. La cuestión es hablar. De ahí que muchos
intelectuales estén planteando que la revolución que vendrá será la
desconexión, pues estamos demasiado conectados con otros, pero en un proceso
parcial de solo contar cosas y, profundamente desconectados con el escuchar,
con el tolerar las realidades de otros, pero sobre todo desconectados de
nosotros mismos.
Aquellos que hoy disfrutan de la denominada tercera edad, que
vibran, se desesperan y enfurecen con el acontecer político, pero que activos
comienzan a dominar las nuevas tecnologías y la utilización de las redes
sociales son los llamados a humanizar las mismas y dar amparo a la cultura
democrática en riesgo. Son ellos los que desde sus catres, bibliotecas, plazas
públicas, aulas universitarias y servicios públicos, con su experiencia de
vida, deben enseñar a las generaciones posteriores embobados de tecnologías,
como canalizar aquellas hacia la tolerancia, la libertad de expresión y, el
respeto por la palabra del otro. De su actuar se espera la superación de la
pobreza lingüística de nuestra juventud, sus incentivos por leer y memorizar
poesía, como medio para enriquecer nuestro vocabulario y aprender a expresar lo
que sentimos. Se esperan sus enseñanzas para apreciar el Silencio, ausencia de
sonido y vacío facilitador de la plenitud para la contemplación. Son, en
definitiva, los que deben enseñar como meditar, como reflexionar, algo olvidado
para unas generaciones y desconocido para otras. Y, ello, porque como lo fue en
la antigua Grecia, la República de Roma y lo ha sido desde siempre en todas las
grandes civilizaciones, su ancianidad no visualizada como etaria sino como
recipiente de sabiduría, ha radicado en ellos, quizá el honor más grande que se
puede ostentar, el de activos protectores de nuestra democracia.
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