martes, 11 de marzo de 2014

La palabra y la consolidación democrática. El rol de la tercera edad


Los ciudadanos de hoy tienen muchas más oportunidades de participar políticamente que en el pasado, eso sí, haciendo la salvedad de la época griega de la ciudades-estados. Nos recuerda George Sabine que en Grecia “...La rotación en los cargos públicos, la designación de los magistrados, por sorteo y la ampliación de los cuerpos gobernantes hasta el extremo de hacer difícil su funcionamiento, eran instituciones destinadas a dar participación en el gobierno a más ciudadanos...”. “...cada año un ciudadano de cada seis podía tener alguna participación en el gobierno civil, aunque esa participación no fuese más allá de actuar como jurado. Y aunque no desempeñase ningún cargo, podía tomar parte, regularmente, diez veces al año, en la discusión de problemas políticos en la asamblea general de los ciudadanos. La discusión, con arreglo o no a formalidades jurídicas, de los asuntos públicos, era uno de los principales deleites e intereses de su vida...”.

En la actualidad las expresiones de participación política se han multiplicado. Sin duda que el desarrollo tecnológico y la influencia de las redes sociales han aportado significativamente a ello. Logrando el surgimiento de múltiples grupos, movimientos, organizaciones e instituciones, que vienen a presentar nuevas oportunidades e instancias para participar, a la vez, que han permitido ingresar a este proceso, a innumerables individuos que veían lejanas o, tal vez imposibles, la exposición de sus particulares demandas, necesidades e intereses ante quienes de una u otra forma detentan el poder político. El Chile de mediados del 2000 es todo un ejemplo de ello. El movimiento estudiantil secundario, universitario, el mundo del trabajo, los movimientos ambientalistas y, un sinfín de grupos representantes de parte de poblaciones olvidadas por décadas, así lo testimonian. Sin embargo, el desarrollo tecnológico y las redes sociales no sólo han tenido incidencia en el aumento exponencial de la cantidad de participantes en el proceso político sino que en la calidad del mismo. Hoy los miembros de una determinada comunidad que deciden abandonar sus hogares para reclamar desde las calles, lo hacen en un estado de total empoderamiento. Derivado aquello, esencialmente, de la lucha por ostentar una información adecuada, transparente y oportuna. Pues, una simetría en la información, no sólo revela equilibrio de poder e influencia entre gobernantes y gobernados sino que se aparece como fundamental para una consolidación democrática.   
Todo lo anteriormente señalado, debiera necesariamente conducir a un círculo virtuoso. Así, la generación de ciudadanos comprometidos con su comunidad, ciudad o país, informados debidamente de sus problemas, que han reflexionado y racionalizado las probables soluciones que manifiestan a los que ostentan el poder, obligan a éstos a establecer estrategias y alertas tempranas en la línea de adecuar sus políticas a las necesidades reales de la población.
De ahí que para que una sociedad se encamine a la consolidación democrática ponga especial acento, además de la transferencia oportuna y plena de la información, en la posterior discusión reflexiva de sus integrantes. Será entonces esa discusión previa, abierta y ajena a toda coacción, la que dotará de legitimidad al acuerdo alcanzado. Pues aquella discusión, según plantea Anthony Giddens, encontrará su fuerza en la difusión de la capacidad social de reflexión, no teniendo como fin último el alcance de consensos, sino que permitiendo a través del diálogo en un espacio público, un medio de vivir junto al otro en una relación de tolerancia mutua. Así, las discusiones, consensos y disensos son el camino hacia una democracia más real, abierta y posible para todos. Ya Hannah Arendt identificaba a la Tolerancia como el motor de la democracia Grecia. Pues la tolerancia, que ella resumía en la idea de “ver el mundo a través de los ojos del otro”, era lo que hacía posible la libertad de expresión, convirtiéndose esta última en el principio rector de toda discusión política griega. En definitiva será ese mágico encuentro de la palabra con la palabra la que habrá que alentar y amparar para la generación de nuevas gentes con cultura democrática. Fue Aristóteles quien definió al hombre como un ser dotado de palabra, permitiéndonos concluir que la palabra es un elemento esencial de la condición humana. 

Aun cuando los aportes del desarrollo tecnológico son innegables también existen daños silenciosos derivados del mismo. El Internet y las cada vez más redes sociales son un ejemplo de ello. Su utilización hoy es universal, nos permiten estar al tanto del mundo y, aunque con dificultad, su masificación ha permitido unir a diferentes generaciones. Sin embargo, lo que parece asegurar permanentes diálogos o conversaciones, no es tal. Pues, el conversar es un arte, consistente en que una persona formula bien una idea que dirige a otro, quien pone a disposición la mejor de sus cualidades para escucharla. De aquella manera, para que la conversación tenga calidad debe haber presencia total. Saber quién es el otro, qué me intenta decir. No cabe duda, que las tecnologías facilitan a todos la comunicación, lo importante es discernir sobre la trascendencia o intrascendencia del mensaje. Somos testigos hoy de procesos comunicativos donde la gente, sin duda que habla, pero no escucha.  Y esto no es menor, pues aunque mínimamente, sí es un daño a la democracia. Pues la intolerancia parece estar haciéndose un lugar cada vez mayor en las redes sociales. Así, es válido preguntarse en este mundo absorbido por las redes sociales, Facebook, twitter, etc., si cuando escuchamos, ¿realmente escuchamos?  Es que el escuchar es todo un acto de generosidad, en el cual pongo mi tiempo para entender lo que alguien quiere decirme. Hoy en este particular proceso comunicativo existe una competencia por contar cosas, más no para escucharlas. La cuestión es hablar. De ahí que muchos intelectuales estén planteando que la revolución que vendrá será la desconexión, pues estamos demasiado conectados con otros, pero en un proceso parcial de solo contar cosas y, profundamente desconectados con el escuchar, con el tolerar las realidades de otros, pero sobre todo desconectados de nosotros mismos.

Aquellos que hoy disfrutan de la denominada tercera edad, que vibran, se desesperan y enfurecen con el acontecer político, pero que activos comienzan a dominar las nuevas tecnologías y la utilización de las redes sociales son los llamados a humanizar las mismas y dar amparo a la cultura democrática en riesgo. Son ellos los que desde sus catres, bibliotecas, plazas públicas, aulas universitarias y servicios públicos, con su experiencia de vida, deben enseñar a las generaciones posteriores embobados de tecnologías, como canalizar aquellas hacia la tolerancia, la libertad de expresión y, el respeto por la palabra del otro. De su actuar se espera la superación de la pobreza lingüística de nuestra juventud, sus incentivos por leer y memorizar poesía, como medio para enriquecer nuestro vocabulario y aprender a expresar lo que sentimos. Se esperan sus enseñanzas para apreciar el Silencio, ausencia de sonido y vacío facilitador de la plenitud para la contemplación. Son, en definitiva, los que deben enseñar como meditar, como reflexionar, algo olvidado para unas generaciones y desconocido para otras. Y, ello, porque como lo fue en la antigua Grecia, la República de Roma y lo ha sido desde siempre en todas las grandes civilizaciones, su ancianidad no visualizada como etaria sino como recipiente de sabiduría, ha radicado en ellos, quizá el honor más grande que se puede ostentar, el de activos protectores de nuestra democracia.

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