No es para nada desconocida en la
Ciencia Política y, menos considerada intrascendente, la discusión sobre la
existencia o no del denominado gobierno invisible. Sobre esto, se ha escrito
bastante. Aquel debate es de plena vigencia, pues es siempre tema entre los ciudadanos
cuando se plantean interrogantes relacionadas con la motivación y ejercicio del
poder político por parte de sus detentadores.
Múltiples son los cuestionamientos
ciudadanos sobre la aplicación de las políticas públicas de gobierno, las que
muchas veces pueden no representar el camino hacia el bienestar común,
sacrificado por la preeminencia de intereses particulares. Sin embargo, gran
parte de la ciudadanía sólo logra percibir esta desigualdad, desde un punto de
vista consecuencial y, no desde el punto de vista de determinar quiénes son los
verdaderos motivadores del acto que lleva a los detentadores del poder político
a ejecutar acciones que directamente benefician intereses particulares y que en
efecto, perjudican a la gran mayoría. Lo que no significa que la ciudadanía no
sospeche o especule sobre quiénes están tras las decisiones del gobierno
titular.
La existencia del gobierno
invisible se sustenta en el hecho, que el poder político está compuesto de dos
partes, integrantes ambas de una sola realidad. Así, el poder político tendría
dos caras, una pública, con participación de órganos oficiales mediante los
titulares del gobierno y, otra secreta, subrepticia, invisible, desde donde se
ejercería realmente el poder político, aquel que en definitiva sólo tocaría
ejecutar a la cara visible, es decir, a los ocupantes de los cargos de
gobierno. Al respecto plantea Mario Justo López que, “Exista o no una verdadera clase política, existe casi siempre una
constelación del poder. Aún en los regímenes políticos más autocráticos o con
clases políticas más cerradas, el poder político no es nunca el exclusivamente
estatal, y las decisiones políticas son siempre abiertas en alguna medida (es
decir mixtas). Siempre hay alguien, al lado o detrás de los ocupantes nominales
o visibles de los cargos de gobierno...” (JUSTO LÓPEZ, MARIO, Manual de Derecho Político, Editorial
Kapelusz, Buenos Aires 1973, p. 177). En su descripción, Mario Justo
López, no se está refiriendo al denominado gobierno invisible sino que a otro
fenómeno, la constelación del poder. Estima que su teoría de la constelación es
indiscutible, característica de la que adolece la del gobierno invisible. “...Pero, si la constelación del poder es
una realidad indiscutible – la constitución real de un país -, no se puede
decir lo mismo de lo que se ha denominado el gobierno invisible, tesis esta
última, conforme con la cual el poder político estatal no es desplegado por sus
titulares jurídicamente establecidos – los ocupantes nominales o visibles de
los cargos del gobierno -, sino por otros que permanecen en la penumbra. El
gobierno de los estados sería algo así como una función de títeres”. (JUSTO
LÓPEZ, MARIO, Manual de Derecho
Político, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1973, p. 178). Opinión
similar se encuentra en Germán Bidart Campos cuando refiriéndose al gobierno
invisible manifiesta: “En ese supuesto
bloque del poder político, los actores que salen a escena públicamente
(gobernantes) se equipararían a algo así como títeres, a los que accionarían
desde el otro campo oscuro – entre bambalinas – los poderes de hecho, que en
realidad vendrían a ser los verdaderos protagonistas del poder real...”. (BIDART
CAMPOS, GERMÁN, El Poder,
Editorial Ediar, Buenos Aires, 1985, p. 296). Germán Bidart Campos, se
manifiesta absolutamente contrario a la existencia de un gobierno invisible y
sustenta su juicio, principalmente en dos puntos: “En primer lugar, no nos gusta la idea de un supuesto condominio del
poder político entre los gobernantes oficiales y los poderes de hecho o
invisibles. Ambas zonas no integran una unidad, ni conforman juntas el área
compacta del poder político. En segundo lugar – y aquí residiría nuestro
rechazo a esa imagen – el poder político es siempre y únicamente el poder del
estado que, con intensidad mayor o menor, ejercen quienes son sus titulares
oficiales, bien visibles y bien situados en las plazas y en los aparatos
gubernamentales.” (BIDART CAMPOS, GERMÁN, El Poder, Editorial Ediar, Buenos Aires,
1985, p. 296). Si bien Bidart Campos rechaza la existencia de un
gobierno invisible, sí acepta la existencia de ciertas fuerzas, expresadas a
través de grupos, movimientos y otros tipos de asociaciones, que tienen por
objetivo dirigir todas sus energías para incidir en las importantes decisiones
públicas. Los planteamientos de Bidart Campos son coincidentes con lo que Justo
López denomina constelación del poder, pero que en particular él denomina poderes
de hecho. “Lo que hay en el otro campo,
separado y diferente (que no se integra al mundo del poder político) es un
entorno o conjunto de influencias, gravitaciones, presiones, demandas,
condicionamientos, etc., a cuya totalidad es dable atribuir el nombre
convencional de poderes de hecho, y que apoyan o se oponen al poder estatal a
nombre de sus propios intereses, para orientar, obtener, condicionar, o impedir
decisiones.
El titular del
poder oficial es siempre el que decide. Que decide, porqué decide, cómo decide,
ya es otra cosa. Aquí si pueden recaer sobre él aquellas influencias y
presiones condicionantes, que vienen de afuera, de un sector de la sociedad – o
de los aledaños del poder – que para nada coparticipa anónima o invisiblemente
de la titularidad del poder. Lo que se hace es participar en el proceso de
poder o proceso decisorio, que es algo bien distinto, pero quedando siempre
fuera del perímetro propio del aparato gubernativo y del poder que éste pone en
acción...”. (BIDART CAMPOS,
GERMÁN, El Poder, Editorial Ediar,
Buenos Aires, 1985, p. 297)
En esa misma línea se expresa Horacio Sanguinetti, quien
niega el gobierno invisible, y sólo acepta la existencia de influencias en las
decisiones del poder político. “En todo
sistema político, cualquiera que sea su característica, existen titulares de
los cargos de gobierno, y también personas que, sin ocupar ostensiblemente
cargo alguno, gravitan sobre las decisiones políticas. Son los influyentes, y
han existido aún en los regímenes autocráticos, pues ni el tirano más absoluto
puede prescindir – y menos en el complejo Estado moderno – de asesores y
ayudantes. Los reyes solían tener privados, o sea auxiliares no públicos, a
veces tolerados contra su gusto y los mismos privados tenían sus propias eminencias
grises.
Esta
denominación – eminencia gris – proviene del Padre José, cuyo nombre completo
era François Le Clerc du Tremblay. Hombre sagaz, uno de los capuchinos más
prominentes de su tiempo, fue confidente del Cardenal de Richelieu, y lo
aconsejó secretamente en su deslumbrante carrera política. Luis XIII era el
rey, pero actuaba con fidelidad a los dictados del Cardenal, la eminencia roja,
quien a su vez era orientado por el Padre José, la eminencia gris...”. (SANGUINETTI,
HORACIO, Curso de Derecho Político.
Historia del Pensamiento Político Universal y Argentino. Ciencia Política
(Teoría del Estado), 2ª Edición corregida, Editorial Astrea de Alfredo y
Ricardo Depalma, Buenos Aires, 1986, p. 381)
En todos los regímenes políticos
en cuanto al proceso de toma de decisiones participan no sólo los titulares de
los cargos de gobierno sino que también otros, a quiénes, entre otras denominaciones
se les identifica como influyentes y, que en consecuencia, ejercen todas sus
energías para tener algún grado de incidencia en las decisiones públicas. En un
sistema político democrático debe existir absoluta claridad no sólo respecto que
quién decide sea siempre el titular del poder oficial sino también sobre el
cómo se llegó a dicha decisión, la motivación misma y, quienes fueron los partícipes
de dicho proceso. A nuestro entender, el gobernar democráticamente sólo puede
ser medido como tal, si hay garantía de transparencia, respeto a normas
constitucionales y legales y, a los principios político-jurídicos que inspiran
y configuran el proceso de toma de decisiones.
Existen personalidades, grupos,
movimientos, instituciones, organizaciones, etc. que se esfuerzan por influir
de una u otra manera en las decisiones públicas, bajo comportamientos que muchas
veces están en el límite del abuso mediante prácticas antidemocráticas. Aquellas
fuerzas políticas, si bien son actores fundamentales del sistema político,
requieren ser encuadradas en un marco regulatorio, que no sólo les garantice su
participación en los procesos previos de deliberación para las decisiones
públicas sino que, garantice, además, igualdad en la presentación de demandas
respecto de otras fuerzas que buscan alcanzar la misma influencia. El estudio
de las fuerzas políticas, su asimilación y el establecimiento de reglas claras
de funcionamiento se nos aparece como fundamental para la consolidación de un
sistema político democrático. La no regulación de su actuar puede derivar en un
aumento en la brecha económica-social, perdida de la confianza y deslegitimación
de los detentadores del poder político. Seríamos ciudadanos-acallados en sociedades
bajo la primacía sin control de la influencia subrepticia, frecuente e intensa,
de los que han logrado monopolizar a su favor la intervención sobre los que
gobiernan. El sostenimiento en el tiempo de aquel hecho podría llegar a generar
en la ciudadanía una aceptación del actuar monopólico de poderosos influyentes
sobre los decisores públicos. Pero, más aún, quizá lo perjudicial, lo alarmante
sea que con el tiempo la ciudadanía termine considerando aquel actuar como
parte integrante del sistema de político, esencial para la seguridad, el
desarrollo social-económico, la defensa de sus valores y principios y, fundamental,
para la conservación de su particular democracia.
Super artykuł. Pozdrawiam serdecznie.
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