Las autoridades del Gobierno como las
de los partidos con representación parlamentaria parecen no lograr asimilar la
trascendencia que representan las múltiples movilizaciones sociales que aún perviven
en Chile como en diversas partes del mundo. Lo que sí es visible, es una
especie de tranquila conformidad, en la equivocada creencia que lo que aquí
sucede no tiene relación alguna con la radicalización de las movilizaciones en
el exterior. Obviar dichos acontecimientos y no asumir su importancia para la
política nacional constituye desprecio al actual proceso globalizador y, a las
acciones concientizadoras de una sociedad tecnológicamente empoderada.
Hace tan sólo unos días (22 de
junio 2013) Moisés Naím, escribió en el Diario español El País una columna
titulada “Turquía, Brasil y sus
potestades: Seis sorpresas”, en cuyo análisis también incluye a Chile. Allí
postula seis similitudes en los movimientos sociales que hoy mantienen en vilo
al mundo entero. Estando de acuerdo en lo sustancial con la tesis, me permitiré
reflexionar aquí brevemente sobre cada uno de sus postulados.
1º Pequeños incidentes que se hacen grandes.
Piénsese en las recientes movilizaciones turcas iniciadas por la preservación
del parque de Gezi en Estambul que se pretendía demoler para la construcción de
un centro comercial y que ha mutado hacia la exigencia de renuncia del Primer
Ministro Turco. La revolución pingüina es nuestro ejemplo, pues comienza con el
denominado Liceo acuático de Lota y el aumento del valor para la rendición de
la PSU, dando lugar a masivas movilizaciones estudiantiles que se mantienen
hasta hoy. 2º Los gobiernos reaccionan
mal. Esto, porque los detentadores del poder político y los partidos como
clásicos intermediarios de la ciudadanía, además, de estar ajenos a su realidad
y adoleciendo de efectivas alertas tempranas, sustentan su poder en cuestionados
procesos de legitimación democrática. 3º
Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando. Si recordamos que los
movimientos sociales constituyen fuerzas políticas colectivas no organizadas, aquello
debería significar una mayor preocupación para los políticos, pues la
indignación rápidamente se va socializando, compartiéndose, esto es, asumiendo el
atropello del otro como el atropello de uno mismo. 4º No hay con quien negociar ni a quién encarcelar. Primero, el rol
de las redes sociales ha permitido no sólo mayor e inmediato acceso a la
información, sino posibilidades ciertas de cooperación y superación de miedos a
represalias de un Estado meramente opresor (La
prensa europea hoy se pregunta si las redes sociales pueden ser consideradas
una tercera vía social y política). Segundo, la imposibilidad de negociadores
obliga a la autoridad a proponer reformas estructuralmente profundas al
cuestionado sistema político, por lo que quedan descartadas las convenientes
soluciones parciales. 5º Es imposible
pronosticar las consecuencias de las protestas. Expresada la indignación
primera esta sólo irá en crecimiento y sumando muchas más hasta desvelar el real
trasfondo de las mismas. Comenzó en Brasil con el aumento de los pasajes del
transporte público, la toma de los edificios cívicos de Brasilia, continuó con exigencias
en salud, luego en educación, sumándose ahora el tema de la discriminación de
las minorías sexuales y, aunque anecdótico, con el rechazo al discurso
apaciguador de Pelé, ahora cuestionado Rey, en defensa del Campeonato de
Confederaciones que por estos días se realiza en aquel país. 6º La prosperidad no compra estabilidad.
Aunque los éxitos macroeconómicos sean manifiestos, éstos no garantizan
estabilidad si el sistema político contiene vacíos democráticos, con
instituciones representativamente débiles y procesos decisorios corruptos y no
inclusivos. Brasil y Chile son reconocidos como sólidas economías y Turquía
cuenta con el enorme amparo de Estados Unidos, al constituir el patio trasero
de sus operaciones militares.
A diferencia de las decisiones de
Bashar al Assad en Siria y Recep Tayyip Erdogan en Turquía, de persistir con
los enfrentamientos militares como medio de extinción de las movilizaciones y
revueltas, Brasil comienza a enfrentar la corrupción como principal causa de su
actual crisis social y política. Así, la cámara de diputados, escuchando el
clamor de la movilización social, ha rechazado el proyecto de ley (PEC 37) que pretendía
limitar las facultades investigativas de los fiscales del Ministerio Público. Permitiendo
avanzar en la investigación de sobornos a parlamentarios y el financiamiento
ilegal de campañas electorales.
En Chile la movilización
estudiantil que, cada vez cuenta con el apoyo de más sectores sociales, es
mucho más que exigencia de una educación superior gratuita y de calidad, es revelación
de la indignación ciudadana ante la corrupción, la inequidad e injusticia
social y, por cierto, la falta de representatividad y legitimidad democrática en
nuestro sistema político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario